Situada entre las provincias de Lugo y León, a más de mil metros de altitud, los Ancares constituye el último bastión de una cultura secular. Tanto la historia como la vida en estos valles han estado profundamente condicionadas por la extremada climatología y por su orografía atormentada.
Tierra
de leyendas y de culto al fuego, costumbres estas que evidencian el
indiscutible origen céltico de sus habitantes, quienes cada noche cubrían con
cenizas la lumbre para encontrarla
viva a la mañana siguiente, lo que permitía recuperar rápidamente la
temperatura ideal de la vivienda al tiempo que ahuyentaba los malos espíritus, se nos presenta como un universo de verdes
valles colonizados por una vegetación exuberante protagonizada por robles y
castaños que se alternan en el espacio con pastizales y tierras de labor,
armonizando así un paisaje dibujado por las vertiginosas laderas de las
montañas.
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Sierra de Ancares en León. |
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Conjunto de pallozas en Campo del Agua |
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Palloza en Campo del Agua. El Bierzo. |
Cualquiera
de nosotros puede imaginar las duras condiciones de vida a las que cada día se
enfrentaban estas gentes, especialmente en los largos y fríos inviernos, pero
ello no impidió la perfecta armonización biológica del hombre y su morada, toda
vez que esta estaba diseñada y contrastada para ofrecer las mayores comodidades
y funcionalidad de acuerdo con los condicionantes naturales del entorno.
Una técnica milenaria
Las peculiaridades de la cubierta constituyen el aspecto más singular de la palloza, pareciéndose en la mayoría de los casos a un casco de barco invertido.
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Teitando una palloza en Piornedo. Ancares de Lugo. |
La
cubierta de paja es el elemento que cierra la construcción de una palloza. El
material empleado es siempre el cuelmo de centeno, el cual ha de ser cosechado
en el momento preciso, ni muy verde ni muy seco, con el fin de obtener un buen
comportamiento en lo que a flexibilidad y resistencia se refiere.
El proceso de colocación del centeno recibe el nombre de teitado y se realiza en dos fases. La primera consiste en colocar una capa de gavillones (manojos de paja) de forma longitudinal a la estructura de madera atándolas a esta por medio de cuerdas, de tal manera que cada una cubra al menos un tercio de la inferior. Esta fase se remata con la colocación de sucesivos gavillones en sentido horizontal y sujetos mediante el mismo procedimiento, lo que puede hacer ganar entre 60 y 80 centímetros la altura total del edificio.
El proceso de colocación del centeno recibe el nombre de teitado y se realiza en dos fases. La primera consiste en colocar una capa de gavillones (manojos de paja) de forma longitudinal a la estructura de madera atándolas a esta por medio de cuerdas, de tal manera que cada una cubra al menos un tercio de la inferior. Esta fase se remata con la colocación de sucesivos gavillones en sentido horizontal y sujetos mediante el mismo procedimiento, lo que puede hacer ganar entre 60 y 80 centímetros la altura total del edificio.
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Pallozas perfectamente conservadas en Piornedo. Ancares de Lugo. |
Con
el paso del tiempo el humo de la lumbre que permanentemente estaba encendida en
el interior cubría de hollín la cara interna de la techumbre, con lo que se
conseguía aumentar su capacidad de aislamiento térmico e impermeabilidad.
Paralelismos
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El centeno se mezcla con la pizarra en la Sierra de Ancares. |
Así
mismo, los materiales constructivos y el concepto de edificación en la que se
alojan hombres y enseres junto a animales y utensilios de labranza es una
tónica general desde los hallazgos en las excavaciones hasta la forma de vida
de los últimos habitantes de las pallozas. Según afirma el profesor Jorge Dimas,
todo indica que esta manera de construir
casas redondas representa una línea de continuidad a través de los siglos…
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Bosque de Castaños. |
El último testigo
La primera pregunta que saltaba al aire cuando se contemplaba una palloza era siempre la misma: ¿vivirá alguien en una? Nuestra sorpresa vino cuando oímos que en la deshabitada aldea de Mazo quedaba un anciano que se resistía a abandonar la vivienda en la que había pasado sus más de 80 años de vida.
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Un habitante de una palloza se calienta al fuego. Mazo. Sierra de Ancares. Lugo. |
Mientras
las horas pasaban sin darnos cuenta nuestro nuevo amigo nos relataba cómo su
difícil vida ha transcurrido por estas tierras. Muy pocas han sido las
ocasiones en las que había abandonado su aldea: una temporada para trabajar en
las minas de carbón de la cuenca minera de Laciana, en otra ocasión para
combatir en el frente y la última para visitar a una sobrina en Barcelona, de
donde se vino de inmediato, “no entiendo
como la gente puede vivir en esos pisos que parecen nichos unos encima de otros
sin ver el campo, siempre con prisas. Eso no es vida”.
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Atardecer en la Sierra de Ancares. El Bierzo. León |
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Detalle de una palloza. |
En
medio de su incapacidad para asimilar los criterios modernos que justificaban
la recuperación de los entornos urbanos en el marco rural con fines turísticos
y de su tenaz negativa a abandonar la aldea para irse a vivir con sus sobrinos,
dejamos a Antonio en la soledad de la noche estival bajo una bóveda celestial
en la que millones de estrellas dibujaban un escenario casi irreal, en silencio
y sin poder evitar un último vistazo hacia atrás y contemplar la única luz
artificial de la aldea: el tímido resplandor de la bombilla de nuestro amigo
que se escapaba por las fisuras de su pertrecha palloza.
José Manuel Gutiérrez.
José Manuel Gutiérrez.
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