jueves, 6 de marzo de 2014

EL ORO DE HISPANIA. Un hito de la historiografía minera.



... y allí, donde un día la codicia humana resquebrajó las entrañas de la tierra, hoy se levanta un paisaje casi irreal, desafiante y atractivo, en el que los clamores de un silencio secular dibujan en el aire el frenesí de aquellos esclavos y libertos que, con su vida, esculpieron un terreno preñado de riquezas con las que alimentar la gloria y los excesos de Roma.


“La tierra es arrastrada por los ríos y las mujeres, después de amasarla, la lavan en tamices tejidos en forma de cesta para extraer el oro”. 
Así describe el geógrafo griego Posidonio la técnica empleada por las aureanas, buscadoras de oro que poblaban las riberas de los ríos del noroeste de la Península Ibérica en el siglo I antes de Cristo. Testimonios de esta naturaleza y el hallazgo de tesoros de época prerromana elaborados por hábiles orfebres constituyen el claro exponente de que las tribus astures que habitaban el oriente gallego, el occidente asturiano y leonés y el norte de la región portuguesa de Tras Os Montes ya explotaban los yacimientos auríferos antes de la llegada de los tentáculos de Roma a estas latitudes.
Castro de San Juan de San Juan de Paluezas.
Pero, ¿quiénes eran estos antiguos pobladores de la tierra que hoy nos regala tanta belleza?. Esta vez se hace necesario citar los textos de Estrabón, pues su meticulosidad a la hora de recopilar el modo de vida de los pueblos sometidos constituye una fuente documental inagotable, legándonos narraciones tan interesantes como esta: "Todos los habitantes de las montañas son sobrios, no beben sino agua, duermen en el suelo y llevan los cabellos largos al modo femenino, pero en la guerra se lo sujetan con una cinta o turbante. Al dios Ares sacrifican cabrones, caballos y cautivos. Practican los ejercicios corporales, luchas, carreras y simulacros de batallas en línea. En las tres cuartas partes del año no se nutren sino de bellotas y castañas  que, secas y trituradas, se muelen para obtener harina. Beben zythos, bebida derivada de la fermentación de granos ante la escasez de vino, el cual, cuando lo obtienen, es consumido rápidamente en grandes festines familiares.
Los hombres utilizan vestidos y capas negras en las que se envuelven para dormir en sus lechos de paja. Las mujeres llevan vestidos con adornos florales. En el interior, en lugar de moneda practican el intercambio de especies o dan pequeñas láminas de plata recortada...
A los parricidas se les mata a pedradas fuera de los poblados y a otros criminales los arrojan desde altas peñas... Primitivamente usaban cueros henchidos para cruzar ríos y lagos, pero después de la expedición romana de Bruto empezaron a usar embarcaciones construidas con troncos horadados... Son pueblos muy guerreros y de costumbres duras y primitivas debido principalmente a su aislamiento, ya que las vías de comunicación para llegar hasta ellos son prolongadas y penosas..."
Gruta de las Médulas.
No obstante y a pesar de estar considerados pueblos bárbaros, no es menos cierto que los historiadores romanos les dan el rango de pueblo al existir una clara estructura social. Este mismo ordenamiento es el que determina el urbanismo de los poblados, cuyos trazados obedecen a las directrices de la tipología de la Cultura Castreña del Noroeste. El núcleo es “el castro”, es decir, un caserío fortificado y levantado en una posición topográfica dominante desde el que poder controlar visualmente el territorio circundante. En el recinto de intramuros se construían las viviendas con piedra local y techumbre vegetal, en cuyo interior se desarrollaba la actividad doméstica y la especializada economía familiar.

LA LLEGADA DE ROMA
Con esta estructura socioeconómica nuestros antepasados del noroeste peninsular alcanzaron las décadas previas a la Era Cristiana, años en los que contemplaron con espíritu insumiso la llegada de tropas invasoras: las legiones romanas.
Corrían tiempos de cambio en la cuna del Imperio, cuyos dominios se extendían por toda la cuenca mediterránea y buena parte del centro del continente europeo. Mientras en el extremo oriental se asistía al avance imparable del cristianismo con todo lo que ello significó en materia de revolución social y religiosa y, por consiguiente, de oposición a Roma y en los límites occidentales se hacía necesaria la consolidación de las fronteras, todo este inmenso territorio asistía a una sucesión de intrigas, luchas intestinas y maquinaciones fratricidas que desembocaron en una larga guerra civil y el consiguiente deterioro económico de las arcas estatales.
Las Médulas desde el Mirador de Orellán.
Hacia la mitad del siglo I antes de Cristo y después de dos siglos de ocupación de la Península Ibérica todavía quedaba sin romanizar el cuadrante noroccidental, tierras astures de atormentada orografía y climatología extrema, cuyos pobladores eran considerados como enemigos agresivos y violentos, según los historiadores de la época.
Las constantes escaramuzas que venían teniendo lugar desde mediados de la centuria anterior ya habían puesto en contacto a los nuevos inquilinos de Hispania con las tribus más septentrionales, pero no sería hasta el año 29 antes de Cristo cuando iniciara su andadura la maquinaria militar romana de manera intensiva. Fue la determinación del emperador Augusto por no dejar lagunas sin civilizar en las tierras imperiales y el interés despertado por las riquezas del subsuelo, según desvela el historiador romano Floro (...favorecía este designio la naturaleza del país, pues toda la región contenía en abundancia oro, borax, minio y otros productos), lo que desencadenó el inicio de contundentes campañas bélicas que no terminarían hasta el año 19 antes de Cristo con el total sometimiento del extremo noroeste peninsular.
Al frente del ejército que subyugó al pueblo astur se encontraba el general Carisio, quien los derroto primero en la ciudad de Lancia, muy cerca de la actual León, para continuar con la que sería la batalla definitiva del Mons Medullius, la cual algunos historiadores sitúan en algún paraje cercano a Las Médulas. Una vez más los historiadores romanos Floro y Orosio, a modo de notarios de su tiempo, describen la manera con que los satures, para no convertirse en esclavos, dieron fin a la contienda: ...en medio de un festín, se dieron muerte con el fuego, la espada y el veneno que aquí extraen de los tejos.

UN PAÍS CONVERTIDO EN YACIMIENTO
Así fue como la mano de Roma convirtió un territorio libertario, cuyas entrañas eran un inmenso filón de oro, en parte de una provincia oligárquicamente sujeta al poder establecido, allí en los confines del mundo conocido y de la que extrajo ingentes cantidades del preciado metal.
“Ordenó Augusto explotar el suelo. Así, trabajando penosamente bajo la tierra, los astures comenzaron a conocer sus propias riquezas al buscarlas para otros”, según describió Floro lo ocurrido al finalizar la guerra.
La romanización y la explotación de las minas de oro en régimen de monopolio estatal supusieron, además de la transformación del paisaje, toda una revolución social, económica y tecnológica. Se fundaron notables ciudades como León o Astorga, a la que Plinio el Viejo calificaría como urbs magnifica al convertirse en la capital administrativa de las cuencas mineras del noroeste y punto de partida de importantes calzadas por las que se exportaría el oro hacia las principales urbes y puertos de la Península. 
La permanente presencia de un importante contingente militar en la zona, además de garantizar la seguridad, sirvió de apoyo técnico en la construcción de infraestructuras como, por ejemplo, los canales que traían el agua desde muchos kilómetros de distancia o desde otras cuencas fluviales. Se construyeron poblados mineros y metalúrgicos para abastecer las necesidades de los yacimientos en materia de útiles y de alimentos y se impulsaron los asentamientos humanos en los castros ya existentes. Se importaron nuevos métodos de producción agrícola y manufacturera. Significó, en definitiva, una compleja evolución de las costumbres y una modernización de la forma de vida de los astures, dejando atrás la economía de subsistencia, la autarquía y, en algunos aspectos, el primitivismo.


Vista general de las Médulas.

LA RUINA MONTIUM
“...hechas cuevas por largos espacios, cavan los montes con luces de candiles, y ellas mismas son la medida del trabajo y vigilias, y en muchos casos no se ve el día” “... las cabezas de los arcos se abren y hienden y dan señal de ruina. Y sólo la conoce aquel que es vigilante en la altura del monte. Este, con la voz y golpes, manda a los obreros que de presto se aparten...” “...quebrantado el monte cae por sí mismo, con tan grande estruendo y viento que no puede ser concebido por la mente humana...”. 
Así describe el geógrafo y naturalista romano Plinio el Viejo en su obra Naturalis Historia el procedimiento de extracción de oro en algunos yacimientos del territorio astur, alcanzando su máxima expresión en Las Médulas. Consistía esta técnica en la excavación manual de una compleja red de pozos y galerías en los que, de forma repentina, se soltaban importantes cantidades de agua que, debido a la erosión y al efecto de golpe de ariete, producía el derrumbe de buena parte de la montaña. Pero cuando la perforación alcanzaba un núcleo de roca viva se hacia necesario emplear otros procedimientos como la aplicación de fuego y vinagre para desmenuzarla, lo cual producía un denso humo y vapor que ahogaba a los mineros, por lo que se tenía que recurrir a la utilización de mazas de hierro de casi cincuenta kilogramos de peso, sacando al exterior los pequeños fragmentos de forma manual, de mano en mano durante el día y la noche.
Paralelamente los yacimientos aluviales eran explotados por el procedimiento denominado “arrugia”, consistente en la construcción de grandes depósitos de agua en las cotas superiores al filón, desde los que partían una serie de canalizaciones por los que el fluido descendía turbulentamente hasta arrastrar la tierra hacia los lavaderos de las zonas más bajas. Ejemplos de esta naturaleza son los que salpican el paisaje de las comarcas de la Maragatería y la Valduerna en la provincia de León.
Derrumbada ya la montaña y separadas las rocas, el barro es conducido hasta pequeños estanques que hoy se antojan como bellos rincones como el sugerente lago Somido en las cercanías de Las Médulas. Las fosas eran construidas en forma de gradas que se recubren de arbustos ásperos para retener el ansiado metal. Una vez secos los matojos se procedía a quemarlos y sus cenizas eran lavadas sobre el césped para separarlas del oro.
La puesta en escena de toda esta infraestructura requería no pocas inversiones precedentes. El agua, elemento fundamental para el empleo de estas formas de explotación, no siempre estaba al alcance. El mencionado Plinio cuenta que “existe otra labor más costosa todavía, y es traer ríos desde las cimas de los montes para lavar este derrumbamiento, a veces desde cien millas de distancia”.
Canal de agua en las Médulas.
Para paliar este problema los romanos realizaron en el noroeste peninsular una obra hidráulica sin precedentes en todo el Imperio, llegando incluso a realizar el primer trasvase de la historia de agua entre dos cuencas fluviales. Se construyó una completa red de canales y acueductos que permitieron captar el fluido de los neveros, fuentes y arroyos superando algunas veces cotas cercanas a los dos mil metros de altitud. Esta misma técnica fue la que permitió captar agua en la cabecera del río Ería, perteneciente a la cuenca del Duero, para entregarla al río Cabo, cuyas aguas son entregadas al Sil, ambos en la provincia de León. En total se construyeron cientos de kilómetros de canales que garantizaban el permanente flujo de las decenas de millones de metros cúbicos necesarias para mantener la actividad minera.
Bateo de oro. Navelgas. 
Asturias.

En otras zonas del antiguo territorio astur se empleó un método más ancestral: el bateo. Este rudimentario sistema se valía de una criba de cestería o de un cuenco de madera con el que se recogía el sedimento de las orillas de los ríos para, con movimientos circulares, ir separando el oro de las piedras y la arena. También era la forma con que los romanos realizaban las prospecciones para localizar los yacimientos. Principalmente este fue el sistema empleado en la cuenca asturiana del río Navelgas y en las orillas del Sil, en las cercanías del paraje lucense conocido como Montefurado. Si bien en el primero se alternó con el empleo de la Ruina Montium, en el caso del segundo se llegó a perforar un espectacular túnel en roca viva para desviar el curso de agua hacia un remanso en el que poder batear con más efectividad.
Todo este despliegue de medios solamente perseguía un fin: obtener la mayor cantidad de oro posible. Resulta especialmente difícil calcular cuanto beneficio obtuvo Roma de la más importante cuenca minera de su historia. Plinio el Viejo llego a estimar la producción en 20.000 libras (6.540 kilogramos) anuales, lo que representaría alrededor de casi un siete por ciento de los ingresos totales del erario romano.
Pero nada de esto hubiera sido posible sin el empleo de ingentes cantidades de mano de obra. Miles y miles de hombres fueron necesarios para esculpir la tierra hasta estos extremos, dejándose la vida sin obtener nada a cambio. Si bien en un principio se recurrió al empleo de esclavos nativos, posteriormente se dio paso al empleo de hombres jurídicamente libres, pero obligados a trabajar sin salario ni manutención en concepto de pago del tributo devengado por la conservación de sus derechos sobre la tierra. Tal era el grado de explotación humana que Silio, otro autor de la época, denomina “pallidus” a los mineros por el color de su piel. Coincide con la apreciación que hace Floro sobre los astures, de los que dice que son “más amarillos que el metal que buscan”. Estudios más recientes relacionan la actividad humana en la extracción de oro, los vertidos y el arrastre de materiales férricos a los cauces de los ríos como una de las causas posibles de la patología de los antiguos pobladores de este rincón septentrional de la Península.
Y así continuaron llegando los lingotes de oro de Hispania a Roma hasta que en el siglo III de nuestra era se comenzó a clausurar las minas del noroeste. La crisis económica que azotaba el ya decadente Imperio y el abandono del preciado metal como patrón oficial de la moneda significaron el abandono de la actividad minera de forma irreversible, entregándonos a las generaciones venideras un legado histórico y paisajístico sin precedentes.

CASI DOS MIL AÑOS DESPUÉS
Han sido necesarios casi veinte siglos para entender la génesis y la evolución de un paisaje transformado por el hombre y, por consiguiente, para desarrollar la sensibilidad que permita aceptar la paradoja de la transformación de una obra de tan magno impacto ambiental en un escenario de excepcional belleza natural.
Pero nada de lo que hoy podamos contemplar tendría la misma magnitud sin haber dado un vistazo a la historia de cada uno de estos rincones. ¿Quién podría disfrutar plenamente de un paraje como Las Médulas sin imaginar los sonidos de la muchedumbre trabajando o sin el estruendo de una montaña al caer?. En verdad resulta muy difícil asomarse al viejo territorio astur sin dejar volar la imaginación y sin que los sentidos se desperecen.
Así como a primera vista las comarcas leonesas de la Maragatería y la Valduerna se presentan como tierras inhóspitas, enigmáticas y misteriosas, solamente hay que dejarse llevar para sucumbir a unos encantos que, de sorpresa en sorpresa, nos irán entregando lo más genuino de su pasado minero. 
Depósitos de agua de la Fucarona.
Maragatería.
A lo largo de su geografía se irán pasando ante nuestros ojos escenarios tan impresionantes como la mina Fucochicos, un inmenso circo de doscientos metros de diámetro tallado por los romanos para extraer hasta la última pepita de oro o los interesantes depósitos de agua de la Fucarona, sin olvidar la enorme cantidad de detalles como el sugerente túnel de Priaranza de la Valduerna, en cuya talla sobre roca viva es posible distinguir el nivel que alcanzaba el agua por la diferencia de la erosión. Pero sin discusión posible, el referente universal de la actividad minera romana lo constituye el paraje de Las Médulas. Localizadas en el corazón de la comarca del Bierzo y declaradas Patrimonio de la Humanidad, se entregan a nuestros sentidos, en palabras del escritor Enrique Gil y Carrasco, como un paisaje “de aspecto peregrino y fantástico por los profundos desgarrones y barrancos de barro encarnado...”. Esta obra gigantesca de la ingeniería romana hoy se presenta como un cuento de hadas del que brotan historias y leyendas de buscadores de oro.
Aula Arqueológica de las Médulas.
La mejor manera de entender la magnitud de este hito minero es comenzar la visita por el Aula Arqueológica situada a la entrada del pueblo de Las Médulas, información que se puede completar con una visita al Centro de Recepción de Visitantes. Y si disponemos de tiempo para desplazarnos hasta la localidad de Puente Domingo Flórez, podremos saber más sobre la magnitud de las obras realizadas para la canalización del agua en el Centro de Interpretación de los Canales. En este centro de carácter didáctico se ofrece una completa visión de la historia local, desde la época astur hasta el final de la explotación romana, pasando por las técnicas empleadas, la transformación del territorio en un paisaje cultural y los asentamientos castreños de los alrededores, sin olvidar una perfecta orientación para disfrutar de todos los detalles de la excursión. 
Desde el mirador de Orellán, en el vertiginoso límite de un barranco de cien metros de altura, el espectáculo es de una belleza difícil de describir. El gran circo de Las Vallinas con su suelo tapizado por miles de castaños entre los que se abren paso sugerentes picachos rojizos de figuras caprichosas da paso al pueblo de Las Médulas, pequeña y típica aldea berciana desde la que se puede iniciar un atractivo recorrido por el fondo del yacimiento. Y al fondo, perdidos en la distancia, los llanos en los que se asentaron los lavaderos y donde hoy se localiza en entrañable lago Somido y el generoso lago de Carucedo, fuente de mil y una leyendas.


Las Médulas, y a la derecha las
Medulillas de Yeres.
Desde este punto el recorrido puede continuar por el camino que rodea la explotación y que nos lleva hasta el Campo de Braña donde llegaban los acueductos y donde se conservan varios tramos de canales, hasta las Medulillas de Yeres y su espectacular panorámica del resto de Las Médulas, así como varios restos de túneles. 
Ruta por las Médulas.
La Cuevona.
Desde aquí el camino desciende hasta el pueblo, punto del que parte otro interesante itinerario. Entre castaños centenarios y tierras de labor, por una carretera afortunadamente cerrada al tráfico y que se adentra en el paraje, nos adentraremos en un paseo inolvidable por el laberinto de pináculos que se elevan por encima de las copas de los castaños. Al final del recorrido es inevitable exclamar un suspiro de admiración al llegar a las bocaminas de La Cuevona y La Cueva Encantada, donde cuenta la leyenda que vive la bruja que cuida del tesoro de la montaña. Sus casi veinte metros de altura nos aportan una referencia real del trabajo del agua para desgastar los túneles y provocar la ruina montium. En un plano más modesto, pero no menos importante desde el punto de vista cultural, en silencio se resisten a caer en el olvido el paraje de Montefurado, los muchos vestigios diseminados por los valles del río Caurel, las rutas del oro del Navelgas y Tineo o los miliarios perdidos por las viejas calzadas romanas que tantos kilos de oro vieron pasar.Todos ellos, diseminados por el perdido país de los satures y en ocasiones inconexos entre sí, forman parte de un mismo tronco de la historia, aquel que cambió nuestra evolución y al que le debemos buena parte de lo que hoy somos.

José Manuel Gutiérrez.

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